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jueves, 8 de enero de 2015

Visitando el windex

En su momento habíamos detectado el mal funcionamiento de la veleta sujeta en lo alto del mástil y que indica el rumbo que tiene el viento. Era fácil notarlo porque no se movía absolutamente nada. Sin embargo, justo en la primera salida que hacíamos solos Pepón y nosotros, con un viento alegre, pareció recomponerse. De hecho pensamos que la aparente avería solo se trataba de haber estado necesitada de movimiento y navegación. Sin embargo, en posteriores observaciones, nos dimos cuenta de que era mas complejo; la veleta se atascaba cada vez que debía señalar por babor y los brazos indicadores de babor y estribor no estaban bien colocados. 


La solución, estaba claro, pasaba por subir hasta la punta del palo para resolver el problema allí mismo o desmontar la antena y bajarla para arreglarla tranquilamente o comprar una nueva. Ante esta situación yo comencé a mentalizarme que debía hacer esa ascensión pese a mi estado recién recuperado del accidente. Mi sorpresa fue grande cuando mi almiranta se ofreció como escaladora y mano de obra. 



Desde luego que su poco peso, su agilidad y su profesión de artesana hacían de ella mejor protagonista que yo, pero en realidad lo que a mi me emocionaba más era la sensación de que mi mujer se implicaba a tope en el mantenimiento del Quimura. 

Subir al palo siempre necesita la colaboración de varios compañeros. Nosotros contamos con la ayuda de nuestro hijo mayor lo que significaba disponer de fuertes manos por si cualquier percance se presentaba. Pero para unos novatitos como nosotros mas necesaria era la colaboración del viento: le pedimos que se mantuviera ausente un ratito. ¡¡Oye, y lo cumplió!!

Quimura tenía entre sus equipos un arnés que servía perfectamente a nuestro intento. María se lo ajustó adecuadamente colgándose también un bolso portaherramientas. 



En cuanto le sujetamos las drizas de mayor como principal y del espinaker de seguridad, ella comenzó la ascensión de los nueve metros de palo que arbola el Quimura. Es verdad que su dificultad no es tanta como la de la mayoría de los barcos dada la ayuda que suponen los peldaños instalados en los costados. Pero me sorprendía su tranquilidad y soltura. 


Nada mas llegar a lo alto, y tras asegurar cada cabo adecuadamente, lo primero que atendió fue el windex. Enseguida se dio cuenta de que los brazos laterales podían ser la causa de los atascos ya que estos se habían salido de su ranura de fijación y estaban juntos. Tras separarlos y colocarlos adecuadamente en su angulo, sesenta grados, pudo comprobar como inmediatamente la veleta volvía a girar sin problemas. Problema resuelto. 

Luego, ya arriba, se dedicó a hacer una observación de todos los elementos fijados en la punta del palo. El controlador de viento del anemómetro, ese que se me rompió, funciona perfectamente y su fijación es correcta. Los diferentes anclajes de poleas de las drizas, los de estais y obenques también parece que están viejos pero funcionales y en estado aceptable pero el problema lo encontró en la sujeción de la antena de radio: uno de los dos tornillos que la unen al palo no estaba trabajando porque se había producido corrosión metálica y el agujero era mas grande. O sea que solo está sujeta por un solo punto. 



Otro precioso reto al que enfrentarse. ¿Alguna idea por parte de patrones expertos? 

El resto de los trabajos fueron de casi trámite: revisó el estado de las crucetas retirando de paso el casco de un foco de cubierta que estaba totalmente comido por las sales marinas y pide una limpieza como hemos hecho con su pareja, que estaba quitada y almacenada en uno de sus cofres. 



De esta manera terminó la excursión laboral de mi almiranta. Ella fue la única que realmente trabajó ese día ya que nosotros solo estábamos pendientes de su seguridad y no hubo problema alguno. 
Debo decir que la tranquilidad que ella demostró durante todas las labores me sorprendió muchísimo. Estar a esos metros de altura sujeta por unas cuerdas y manejando un destornillador o una llave de tuercas no es una situación cómoda ni generadora de sosiego, sin embargo ella en ningún momento nos transmitió nervios o preocupación. Ole por mi almiranta. 



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